“Manolito el cara mierda, saco de escombro, cara croqueta se ha quitado hoy el disfraz”. Las estrofas de Poncko K son pura poesía callejera, literatura urbana: simple, directa y certera. Es un tipo singular, sincero, auténtico. Salió al escenario a pecho descubierto, sin camisa, sin ataduras. Con un pantalón de tiro largo y varios colgantes alrededor de su cuello. Es un hippy del siglo XXI con alma de rockero y raíces punk.
El músico sevillano actuó el viernes en la Sala Zero de Tarragona. Está de gira presentando su nuevo trabajo –el quinto de su carrera– ‘Una historia con las manos’. El recinto no se llenó, pero hubo una buena entrada. El andaluz se está acostumbrando a tocar ante un público numeroso. Hace dos semanas se agotaron todas las entradas para sus dos conciertos en la sala Caracol de Madrid. Y eso son palabras mayores. Aún recuerdo a aquel Poncho K, de apenas 20 años, que pasó prácticamente desapercibido en el festival Viña Rock de 2002, en Villarrobledo (Albacete).
En Tarragona dejó volar su imaginación. Descargó su rock callejero, natural, independiente y rebelde, herencia de bandas como Triana, Extremoduro, Pata Negra, Kiko Veneno o Albert Plà. Le acompañó su banda habitual: un guitarra solista, un bajista y un batería. Ejerció de músico y poeta a la vez. Con un lenguaje claro y directo, que en ocasiones rozó lo chabacano –“déjame que me acurruque en la cuenca de tu chocho” –, tocó todos los palos: rock, punk y flamenco. De los zarandeos y los saltos a las miradas más tiernas.
Fiel a sus principios, con una estética y una dialéctica nada convencional, fue reivindicativo, romántico y juerguista. Se vistió de ‘Un borracho de la madruga’, ‘Manolito Caramierda’ o ‘Punki gitano’. Y se puso flamenco con ‘Laureles’, sin más elementos que una guitarra española y palmas. En un abrir y cerrar de ojos ya había pasado más de hora y media. Poncho K divirtió… y se la gozó.
El músico sevillano actuó el viernes en la Sala Zero de Tarragona. Está de gira presentando su nuevo trabajo –el quinto de su carrera– ‘Una historia con las manos’. El recinto no se llenó, pero hubo una buena entrada. El andaluz se está acostumbrando a tocar ante un público numeroso. Hace dos semanas se agotaron todas las entradas para sus dos conciertos en la sala Caracol de Madrid. Y eso son palabras mayores. Aún recuerdo a aquel Poncho K, de apenas 20 años, que pasó prácticamente desapercibido en el festival Viña Rock de 2002, en Villarrobledo (Albacete).
En Tarragona dejó volar su imaginación. Descargó su rock callejero, natural, independiente y rebelde, herencia de bandas como Triana, Extremoduro, Pata Negra, Kiko Veneno o Albert Plà. Le acompañó su banda habitual: un guitarra solista, un bajista y un batería. Ejerció de músico y poeta a la vez. Con un lenguaje claro y directo, que en ocasiones rozó lo chabacano –“déjame que me acurruque en la cuenca de tu chocho” –, tocó todos los palos: rock, punk y flamenco. De los zarandeos y los saltos a las miradas más tiernas.
Fiel a sus principios, con una estética y una dialéctica nada convencional, fue reivindicativo, romántico y juerguista. Se vistió de ‘Un borracho de la madruga’, ‘Manolito Caramierda’ o ‘Punki gitano’. Y se puso flamenco con ‘Laureles’, sin más elementos que una guitarra española y palmas. En un abrir y cerrar de ojos ya había pasado más de hora y media. Poncho K divirtió… y se la gozó.
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