Elegante y desgarbado. Con americana y chistera. Nick Woodland todavía conserva su pose de gentleman inglés. Es sexagenario. En los sesenta estuvo cerca de unirse a los Rolling Stones. De ser inmortal. Su nombre sonó para sustituir al guitarrista Mick Taylor. Aquello no cuajó. Era muy joven. Ahora toca en solitario, con su banda. Su último disco, ‘The current that flows’, data de 2006. Está de gira por Alemania, donde reside desde hace más de dos décadas.
Woodland ofreció un concierto íntimo en el Lindenkeller de Freising, una ciudad a tan solo treinta kilómetros de Múnich que presume de tener la tasa de desempleo más baja de todo el país. Allí le consideran uno de los bluesman más importantes de Europa. Es muy conocido. La sala es pequeña, pero estaba prácticamente llena. La media de edad rondaba los cuarenta años (también había algún niño). Unos le siguen desde su etapa en los rockeros Gift, otros de su paso por el grupo alemán Sahara. El británico ha tocado con bandas tan diversas como The Clash, Boney M. o Donna Summer. Siempre en un segundo plano.
Esta variedad de estilos se refleja en sus canciones. En Freising traspasó la frontera del rock n' roll, el country o el blues. Es difícil encasillarle, ponerle etiquetas. Tan pronto suena a Bob Dylan como a una película de Quentin Tarantino. Hizo bailar, saltar, reír, se puso profundo… Y eso que tenía un trancazo importante y su estado de forma no era el más apropiado. Resistió como buenamente pudo, toalla en mano y bebiendo zumitos de manzana con agua mineral con gas (apfelschorle) para relajar la garganta. Las gotas de sudor le resbalaban por la cara, pero no se quitó la chaqueta en ningún momento. En la calle, en cambio, hacía un frío que pelaba.
Su banda le da un toque actual, más moderno, aunque apenas le roba protagonismo. El guitarrista británico se desenvuelve a la perfección en el escenario. Él solito se basta. Es el líder. Toco sus canciones más conocidas: ‘Way to my heart’, ‘Tender trap’ o ‘Little Puppet’. Dio muestras de su virtuosismo con las seis cuerdas y vaciló de acento francés con el tema ‘Je vais devenir fou’. El concierto fue entretenido, rápido, amenizado con la constante variedad de géneros musicales. Sin concesiones a la monotonía. Alegre. Woodland bromeó e interaccionó continuamente con el público. Los asistentes, incluido el perro de uno de los músicos, se mantuvieron pausados pero animados. Muchos disfrutaron de la velada con una copa de vino en la mano, otros prefirieron una cerveza de Weihenstephan, la cervecería más antigua del mundo, cuya fábrica está situada a escasos metros del local. Alemania is different.
Woodland se despidió presentando a sus chicos y al grito de “yo soy Lukas Podolski (futbolista del Bayern Múnich)”. En los bises se marcó una versión instrumental del ‘Brand New Cadillac’ del disco ‘London Calling’ de The Clash (o al menos se le parecía mucho). Reservó lo mejor para el final.
Woodland ofreció un concierto íntimo en el Lindenkeller de Freising, una ciudad a tan solo treinta kilómetros de Múnich que presume de tener la tasa de desempleo más baja de todo el país. Allí le consideran uno de los bluesman más importantes de Europa. Es muy conocido. La sala es pequeña, pero estaba prácticamente llena. La media de edad rondaba los cuarenta años (también había algún niño). Unos le siguen desde su etapa en los rockeros Gift, otros de su paso por el grupo alemán Sahara. El británico ha tocado con bandas tan diversas como The Clash, Boney M. o Donna Summer. Siempre en un segundo plano.
Esta variedad de estilos se refleja en sus canciones. En Freising traspasó la frontera del rock n' roll, el country o el blues. Es difícil encasillarle, ponerle etiquetas. Tan pronto suena a Bob Dylan como a una película de Quentin Tarantino. Hizo bailar, saltar, reír, se puso profundo… Y eso que tenía un trancazo importante y su estado de forma no era el más apropiado. Resistió como buenamente pudo, toalla en mano y bebiendo zumitos de manzana con agua mineral con gas (apfelschorle) para relajar la garganta. Las gotas de sudor le resbalaban por la cara, pero no se quitó la chaqueta en ningún momento. En la calle, en cambio, hacía un frío que pelaba.
Su banda le da un toque actual, más moderno, aunque apenas le roba protagonismo. El guitarrista británico se desenvuelve a la perfección en el escenario. Él solito se basta. Es el líder. Toco sus canciones más conocidas: ‘Way to my heart’, ‘Tender trap’ o ‘Little Puppet’. Dio muestras de su virtuosismo con las seis cuerdas y vaciló de acento francés con el tema ‘Je vais devenir fou’. El concierto fue entretenido, rápido, amenizado con la constante variedad de géneros musicales. Sin concesiones a la monotonía. Alegre. Woodland bromeó e interaccionó continuamente con el público. Los asistentes, incluido el perro de uno de los músicos, se mantuvieron pausados pero animados. Muchos disfrutaron de la velada con una copa de vino en la mano, otros prefirieron una cerveza de Weihenstephan, la cervecería más antigua del mundo, cuya fábrica está situada a escasos metros del local. Alemania is different.
Woodland se despidió presentando a sus chicos y al grito de “yo soy Lukas Podolski (futbolista del Bayern Múnich)”. En los bises se marcó una versión instrumental del ‘Brand New Cadillac’ del disco ‘London Calling’ de The Clash (o al menos se le parecía mucho). Reservó lo mejor para el final.
Comentarios
Sencillo, ameno y rockero
¿qué más se puede pedir?
A ver si pones algo más en Deportes De Aranjuez, que lo tienes un poco "parao".
Saludos.
Saludo