De vuelta al Londres de los setenta

Foto: Carles Llop
The Vibrators son uno de los grupos pioneros de la explosión del punk en Inglaterra en los setenta. Compartieron escenario con Sex Pistols, The Clash o  The Damned. Grabaron con el productor y presentador de la BBC John Peel y se convirtieron en una banda emblemática y titular del Roxy Club, principal antro punk del Londres de la época. 

37 años después de su formación y liderados por el batería John ‘Eddie’ Edwards (único miembro original de la banda), el trío, completado por Darryll Bath y Pete Honkamaki, actuó el domingo en la sala El Cau de Tarragona ante un público completamente entregado, a pesar de que, sorprendentemente, la sala no se llenó. Descargó su rock and roll salvaje y acelerado, empalmando una tras otras canciones de no más dos minutos. Fue un concierto breve, de no más de hora y media, suficiente para que la banda rememorara sus inicios, marcados por las luchas entre capitalistas y comunistas durante la Guerra Fría, la carrera espacial, la crisis del petróleo de 1973, el desempleo o el gobierno represivo de Margaret Thatcher.

The Vibrators mostraron, con veteranía (ya superan la cincuentena), su lado más rebelde e irreverente con los temas que les encumbraron a la fama: 'Baby, baby', 'Stiff little fingers', 'Turning japanesse' o 'Whips and furs'. No son grandes músicos, tampoco pretenden serlo. Pero sus letras, compuestas hace más de tres décadas, vuelven a estar de actualidad. Quizá por eso engancharon a al público desde el primer momento. Y quizá por eso los británicos siguen girando por medio mundo, aunque ya no llenen salas como cuando empezaron. De aquella época sólo queda Eddie, que mantiene vivo el nombre y el espíritu de la banda con la fórmula de siempre: mucho estruendo, mal sonido (no por la sala sino por su falta de virtuosismo) y el volumen del equipo a tope.

En Tarragona presentaron también temas de su nuevo álbum de estudio, 'On the guest list', el primero que graban en siete años y con el que pretenden volver a salir a flote. A pesar de que pocos se sabían las canciones, ni las nuevas ni las viejas, los asistentes al recital, en su mayoría treintañeros, bailaron sin parar y si apreturas dados los huecos libres en la sala. Se divirtieron con el sarcasmo y el trasnochado buen humor de los londinenses. Casi sin darse cuenta, la actuación terminó tras unos escuetos bises con sólo dos temas. La banda se despidió en castellano con un "gracias, Tarragona".

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